Director de cine y escritor español, nacido en Calanda (Teruel) el 22 de febrero de 1900, hijo de un indiano enriquecido en Cuba. Estudió en los jesuitas de Zaragoza, trasladándose a los 17 años a Madrid, a la Residencia de Estudiantes, institución krausista donde conoció al poeta Federico García Lorca, al pintor Salvador Dalí, y a Rafael Alberti, entre otros futuros destacados intelectuales de su generación. Interesado por la poesía de vanguardia (creacionismo y ultraísmo), interés que nunca abandonaría y sería una constante en su modo de entender el cine, publicó poemas y preparó textos en prosa antes de convertirse en cineasta tras ver Las tres luces, (1921) de Fritz Lang. En 1925 se trasladó a París, y durante esa misma época colaboró como crítico en publicaciones de Madrid y París, dando a conocer sus concepciones cinematográficas, que más adelante eludiría comentar. Adscrito al surrealismo, llamó a Dalí para escribir un guión que realizaría en abril de 1929, Un perro andaluz, con dinero de su madre. Tuvo un gran éxito entre la intelectualidad parisina, siendo elogiado por Eisenstein, y dando pie a que un aristócrata le pagara La edad de oro (1930), considerada otra obra maestra del cine de vanguardia, que con su anticlericalismo provocaría un gran escándalo. Reclamado por la Metro Goldwyn-Mayer, no se adaptó al sistema de Hollywood y regresó a Europa. Por entonces realizó el desgarrado documental Las Hurdes, tierra sin pan (1932), prohibido por el gobierno. Realizó trabajos de supervisión de doblaje para la Paramount y la Warner, participando, como productor ejecutivo, en el proyecto de hacer un cine nacional comercial de calidad que representó la productora Filmófono, y que terminó con el estallido de la Guerra Civil. Hasta 1947 Buñuel trabajó en Estados Unidos en aspectos periféricos de la industria, estableciéndose desde esta fecha en México, donde alternará sus llamadas películas alimenticias con las realmente personales. Entre estas últimas destacan Los olvidados (1950), El (1952) y Abismos de pasión (1953), Ensayo de un crimen (1955) y Nazarín (1958), que le supuso junto con Los olvidados el reconocimiento internacional que le permitiría continuar su producción personal.